sábado, 18 de junio de 2016

Camila (Parte 2)

Enlace a la parte 1 de este texto: Camila (Parte 1)


¡Pizza familiar Hawaiana con doble extra de queso para llevar! – Anuncia el empleado de medio tiempo que cursa su 6to semestre de Finanzas en las mañanas. Camila entrega el recibo y toma la caja de pizza, saca una porción para Caro y una para ella, el queso derretido que se estira desde su porción a sus labios obliga al cajero a morderse los pensamientos y dejarlos para más tarde.

Carolina ajusta la coleta de su cabello mientras Camila se cambia de botas, quiere vestirse para la ocasión, ha detallado el listado de canciones que pedirá en el karaoke, y quiere verse bien para ellas, pregunta a su amiga si hoy habrá alguna dedicatoria especial, si aún quedan emociones por desahogar, y se responde a si misma que cada una de sus canciones lleva tatuada en sus melodías sus mayores recuerdos, sus anhelos y sus peores pesadillas…  “Siempre hay una dedicatoria especial” le dice Caro sin retirar la mirada del pequeño espejo. Ahora solo queda ajustar un poco la bufanda, tiene el presentimiento de una noche de buena música.

De las 8 mesas disponibles en el lugar 3 se encuentran ocupadas, en la primera hay una pareja de la tercera edad, ella lleva un sombrero discreto y él un bastón bastante elegante, él un bigote bien cuidado y ella las marcas en la piel que dejan las sonrisas de los nietos menores de diez años. Otra mesa se ocupa por un par de hombres menores de treinta, jóvenes desapercibidos bien comportados, beben su segunda cerveza y ojean el cancionero buscando las siguientes pistas a pedir. La mesa del fondo se ocupa por cuatro personas, tres mujeres y un hombre, que por su agrandada sonrisa parece estar convencido de llevarlas a las tres a la cama esta noche, ellas ríen y gesticulan cuando el hombre dice algo, luego se miran disimuladamente entre ellas y beben un sorbo de alcohol. Camila y su amiga piden 2 cervezas y se llevan el álbum de canciones a su mesa; Carolina empieza diciendo que tiene un deseo de hundirse nuevamente en recuerdos de hechos acontecidos hace 5 años, cicatrices que a veces resulta placentero abrir nuevamente, mientras el hombre mayor y su bigote cantan desde una prisión a su amor asesinado por sus descontrolados celos pasionales. Camila murmura la canción que suena, levanta su bebida y brinda con su amiga. Anota su primera canción de la noche y le propone a su acompañante subir con ella al escenario a interpretar un tema sobre un hombre incapaz de complacer a una mujer.

El siguiente turno es para uno de los jóvenes, el primero tiene un pequeño tatuaje en su brazo, se concentra en la pantalla y entona un himno de reciente ruptura masculina. Carolina aplaude para si misma y tamborilea con sus dedos en la mesa. Camila sonríe, conoce demasiado bien a su amiga, sabe qué necesita esta noche. Canta ahora el hombre de la otra mesa, un tema de las infidelidades de un taxista, y Camila toma el micrófono, y su voz insiste en que es mejor morirse de amor que mantenerse en una eterna agonía.

En el karaoke siguen las mismas personas. Carolina va por su quinta cerveza, y mientras la mujer mayor se acompaña de una melodía sobre los viernes y las rosas, le cuenta a Camila nuevamente sobre la invitación a un motel que rechazó 2 semanas atrás, ha cruzado ya su mirada varias veces con los jóvenes de la mesa de en frente, y mientras el otro hombre pide una ronda más para continuar asegurando su ilusa conquista, a Camila se le dibuja una sonrisa pícara, esa historia del motel siempre la hace reír como la primera vez, y su sonrisa se transforma en una pequeña euforia al ver que los dos jóvenes suben a cantar sobre un amor a primera vista. ¿Una indirecta? Quizá. Lo delicioso del juego de miradas y sonrisas es que ambas partes ganan en su orgullo y su deseo.



Será una noche de música, drama, pasión y recuerdos.

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