PARÍS Y LA MUJER QUE NO TENÍA UN SEGUNDO NOMBRE
Cuando eres un
viejo mequetrefe como yo, al que la vida se le pone en juego cada noche al dormir,
tener una continuidad en estas memorias es algo que resulta complejo, reviso
mis notas y recuerdo el compromiso pactado para mi lector de hablar sobre el
club de las 5, de mencionar a cada una de ellas. Hoy, después de una terapia de
recuperación muscular en la mañana me siento en forma para redactar estas
líneas, las referentes a la mujer que no tenía segundo nombre, primer miembro
de ese club:
La historia de esta
mujer empieza donde termina la zona de confort de mi adolescencia, en el cambio
de hormonas y el aroma de la libertad y el autodescubrimiento. La recuerdo medianamente
rubia (No, no pienses que hay una inclinación, fetiche o prototipo, lo verás
luego) Una compañera más de mi entorno, con la que no nos hablábamos, pero que
siempre miraba de reojo en las calles, me ubicaba en los parques de modo que
quedara en buen ángulo para verle, y que incluso en alguno de esos juegos de
integración, con una que otra maroma, conseguí tenerla como amiga secreta. Sin
embargo con ella había algo también que la hacía imposible, y era que tenía un
novio mayor y estaba todo lo enamorada que está una mujer a esa edad. Que el
tipo era guapo, rubio, de ojos azules y eso, y cuando uno había estado
relativamente acomplejado toda su vida pues… Difícilmente pasa de allí. Ahora
me doy cuenta que sin importar esas condiciones físicas, al final todos
llegamos a ser los mismos vejestorios
La historia con
esa mujer sin segundo nombre vive su mejor punto, o su mejor pico de altura en
el momento que mi mueren mis mascotas. Para esa época empecé a recibir algunas
muestras de cariño, especialmente de jovencitas condescendientes con las que no
me hablaba (era tímido y solitario en aquellos años), me dejaban cartas
escritas a mano de ánimo, de fortaleza, de recordarme que no querían que yo
cambiara mi forma de ser. Y eso fue precisamente de las cosas que más me ayudó
en esa etapa de mi vida, claro está que hubiese preferido mil veces el sexo por
piedad a mi favor. También estaban los vecinos que eran comprensivos de mi
situación, todo ese tipo de sensaciones de culpa y necesidad de reivindicarse
con ellos mismos… El caso es que una de esas chicas que me escribía era ella.
A raíz de eso nos
hicimos medio amigos. En esa amistad me forje como alguien detallista dentro de
lo entendible, les daba cartas y tarjetas en las fechas especiales, chocolaticos,
ella me hacía alguna manualidad, un total huevón aprehensivo y dominado, sin el
carácter y tez requerido para domar a la más. Fue un periodo totalmente perdido
para mi hombría. Recuerdo ahora que conservo alguna fotografía bastante
desgastada de aquellos momentos
La amistad se
difumina y se la lleva el viento (no se pierde, solo se evapora) cuando ella
decide continuar su vida fuera del continente, su promisorio talento para el
diseño le abrió las puertas que me faltaron a mí y me condenaron a mi status de
soldado raso.
Soy un nefasto
soldado raso pensando en el amor que le tenía a una reconocida figura del
diseño en París.