¡Pizza familiar Hawaiana con
doble extra de queso para llevar! – Anuncia el empleado de medio tiempo que
cursa su 6to semestre de Finanzas en las mañanas. Camila entrega el recibo y
toma la caja de pizza, saca una porción para Caro y una para ella, el queso
derretido que se estira desde su porción a sus labios obliga al cajero a
morderse los pensamientos y dejarlos para más tarde.
Carolina ajusta la coleta de su
cabello mientras Camila se cambia de botas, quiere vestirse para la ocasión, ha
detallado el listado de canciones que pedirá en el karaoke, y quiere verse bien
para ellas, pregunta a su amiga si hoy habrá alguna dedicatoria especial, si
aún quedan emociones por desahogar, y se responde a si misma que cada una de
sus canciones lleva tatuada en sus melodías sus mayores recuerdos, sus anhelos
y sus peores pesadillas… “Siempre hay
una dedicatoria especial” le dice Caro sin retirar la mirada del pequeño espejo.
Ahora solo queda ajustar un poco la bufanda, tiene el presentimiento de una
noche de buena música.
De las 8 mesas disponibles en el
lugar 3 se encuentran ocupadas, en la primera hay una pareja de la tercera
edad, ella lleva un sombrero discreto y él un bastón bastante elegante, él un
bigote bien cuidado y ella las marcas en la piel que dejan las sonrisas de los
nietos menores de diez años. Otra mesa se ocupa por un par de hombres menores
de treinta, jóvenes desapercibidos bien comportados, beben su segunda cerveza y
ojean el cancionero buscando las siguientes pistas a pedir. La mesa del fondo
se ocupa por cuatro personas, tres mujeres y un hombre, que por su agrandada
sonrisa parece estar convencido de llevarlas a las tres a la cama esta noche,
ellas ríen y gesticulan cuando el hombre dice algo, luego se miran
disimuladamente entre ellas y beben un sorbo de alcohol. Camila y su amiga
piden 2 cervezas y se llevan el álbum de canciones a su mesa; Carolina empieza
diciendo que tiene un deseo de hundirse nuevamente en recuerdos de hechos
acontecidos hace 5 años, cicatrices que a veces resulta placentero abrir
nuevamente, mientras el hombre mayor y su bigote cantan desde una prisión a su
amor asesinado por sus descontrolados celos pasionales. Camila murmura la
canción que suena, levanta su bebida y brinda con su amiga. Anota su primera
canción de la noche y le propone a su acompañante subir con ella al escenario a
interpretar un tema sobre un hombre incapaz de complacer a una mujer.
El siguiente turno es para uno de
los jóvenes, el primero tiene un pequeño tatuaje en su brazo, se concentra en
la pantalla y entona un himno de reciente ruptura masculina. Carolina aplaude
para si misma y tamborilea con sus dedos en la mesa. Camila sonríe, conoce
demasiado bien a su amiga, sabe qué necesita esta noche. Canta ahora el hombre
de la otra mesa, un tema de las infidelidades de un taxista, y Camila toma el
micrófono, y su voz insiste en que es mejor morirse de amor que mantenerse en
una eterna agonía.
En el karaoke siguen las mismas
personas. Carolina va por su quinta cerveza, y mientras la mujer mayor se
acompaña de una melodía sobre los viernes y las rosas, le cuenta a Camila
nuevamente sobre la invitación a un motel que rechazó 2 semanas atrás, ha
cruzado ya su mirada varias veces con los jóvenes de la mesa de en frente, y
mientras el otro hombre pide una ronda más para continuar asegurando su ilusa
conquista, a Camila se le dibuja una sonrisa pícara, esa historia del motel
siempre la hace reír como la primera vez, y su sonrisa se transforma en una
pequeña euforia al ver que los dos jóvenes suben a cantar sobre un amor a
primera vista. ¿Una indirecta? Quizá. Lo delicioso del juego de miradas y
sonrisas es que ambas partes ganan en su orgullo y su deseo.
Será una noche de música, drama,
pasión y recuerdos.