miércoles, 29 de noviembre de 2017

MEMORIAS: EL CLUB DE LAS 5 (2)

PARÍS Y LA MUJER QUE NO TENÍA UN SEGUNDO NOMBRE



Cuando eres un viejo mequetrefe como yo, al que la vida se le pone en juego cada noche al dormir, tener una continuidad en estas memorias es algo que resulta complejo, reviso mis notas y recuerdo el compromiso pactado para mi lector de hablar sobre el club de las 5, de mencionar a cada una de ellas. Hoy, después de una terapia de recuperación muscular en la mañana me siento en forma para redactar estas líneas, las referentes a la mujer que no tenía segundo nombre, primer miembro de ese club:

La historia de esta mujer empieza donde termina la zona de confort de mi adolescencia, en el cambio de hormonas y el aroma de la libertad y el autodescubrimiento. La recuerdo medianamente rubia (No, no pienses que hay una inclinación, fetiche o prototipo, lo verás luego) Una compañera más de mi entorno, con la que no nos hablábamos, pero que siempre miraba de reojo en las calles, me ubicaba en los parques de modo que quedara en buen ángulo para verle, y que incluso en alguno de esos juegos de integración, con una que otra maroma, conseguí tenerla como amiga secreta. Sin embargo con ella había algo también que la hacía imposible, y era que tenía un novio mayor y estaba todo lo enamorada que está una mujer a esa edad. Que el tipo era guapo, rubio, de ojos azules y eso, y cuando uno había estado relativamente acomplejado toda su vida pues… Difícilmente pasa de allí. Ahora me doy cuenta que sin importar esas condiciones físicas, al final todos llegamos a ser los mismos vejestorios

La historia con esa mujer sin segundo nombre vive su mejor punto, o su mejor pico de altura en el momento que mi mueren mis mascotas. Para esa época empecé a recibir algunas muestras de cariño, especialmente de jovencitas condescendientes con las que no me hablaba (era tímido y solitario en aquellos años), me dejaban cartas escritas a mano de ánimo, de fortaleza, de recordarme que no querían que yo cambiara mi forma de ser. Y eso fue precisamente de las cosas que más me ayudó en esa etapa de mi vida, claro está que hubiese preferido mil veces el sexo por piedad a mi favor. También estaban los vecinos que eran comprensivos de mi situación, todo ese tipo de sensaciones de culpa y necesidad de reivindicarse con ellos mismos… El caso es que una de esas chicas que me escribía era ella.

A raíz de eso nos hicimos medio amigos. En esa amistad me forje como alguien detallista dentro de lo entendible, les daba cartas y tarjetas en las fechas especiales, chocolaticos, ella me hacía alguna manualidad, un total huevón aprehensivo y dominado, sin el carácter y tez requerido para domar a la más. Fue un periodo totalmente perdido para mi hombría. Recuerdo ahora que conservo alguna fotografía bastante desgastada de aquellos momentos

La amistad se difumina y se la lleva el viento (no se pierde, solo se evapora) cuando ella decide continuar su vida fuera del continente, su promisorio talento para el diseño le abrió las puertas que me faltaron a mí y me condenaron a mi status de soldado raso.


Soy un nefasto soldado raso pensando en el amor que le tenía a una reconocida figura del diseño en París.


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