Hay cosas
de las que no puedes defenderte, golpes que no puedes evitar recibir, heridas
que no pueden cicatrizar, errores que necesitas cometer, enfermedades que debes
maldecir y personas que debes perder…Aún cuando mucho de eso se presente sin un
‘¿por qué?’
A mis 14
años Daniela se molestaba conmigo por mi falta de autoestima y mis dedicatorias
fatalistas…Que a pesar de ser sendas declaraciones de amor tenían siempre
infundadas a la muerte y a la distancia como protagonistas invitadas de lujo.
Me
acostumbré a estar en la sombra, como cuando a los 16 me ilusioné con la
primera compañera del colegio que compartía mis gustos, quien luego de entregar
una carta pretendiendo abastecer con paz la falta de guerra salió con el
compañero al que ayudábamos con sus deberes; de carita bonita y músculos, eso
sí…O como a los 17, cuando mi querida emoción declaró con el humo de su
cigarrillo desear a mi mejor amigo (Quien ya me había abierto otra herida, de
esas que resultan siendo un ‘efecto colateral’ – termino aprendido
recientemente – pero a fin de cuentas, herida) para luego involucrarse con el
tercero de los 3 mosqueteros…Pareciera que de los 3 simios siempre fui yo el
que no escucha, el que no ve, y el que no habla…Siempre la sombra.
A los 19 el
panorama aparenta ser más alentador - Bueno, no necesariamente a los 19 – sino en
el momento en que tu vida da un giro de
360° y tu mundo, tus relaciones, tu entorno, tu juego empieza de cero…En mi
caso llegó en el segundo tiempo de mi decimonoveno año, cuando salía de un
universo completamente destrozado, y mira lo divertido de todo…Aprendes lo
efímero de lo banal: A mis 20 y medio eso ya estaba destruido también. Se logró
alargar un poco, para que la satisfacción de mi curriculum dijese: “2 universos
destruidos a los 21 años”; aunque ésta vez aún me quedan algunas piezas de ese
rompecabezas.
Etapas que deben cumplirse llaman algunos, y la razón la tienen, pero la marca de responsabilidad y la culpa de eso se te graban como un tatuaje y cargas con ellos siempre.
Pero la
vida siempre juega a ser una balanza, a veces de libras contra kilos, otras de
plumas VS garrotes filosos de hierro, y permanentemente te da, y te quita, de
unas por otras, de lo cíclico que es todo…Entonces tengo una nueva oportunidad,
una luz para cambiarlo todo a puertas de mis 22. Y entonces lo hago bien, y
empiezo de la forma más maravillosa, porque las cosas nuevas refrescan el alma
y la motivación encuentra casi siempre su mayor impulso al comienzo de su
trayecto, aún cuando duré realmente poco.
A mis 22
años entro en un círculo vicioso de idas y llegadas que me enseña a no
aferrarme a nadie, que es preferible no involucrarte mucho, y ello me permite ‘superar’
el crujir del cielo al romperse como un espejo a mis 23; ‘Superar’…Porque el
cielo es tan grande y tan infinito que los fragmentos siguen lloviendo 1 año
después; y seguramente, por lo que veo en el panorama, lloverá muchos años más.
24 son las
horas que tarda el reloj el volver a empezar y el ciclo en repetirse
nuevamente, como los errores en volver a aparecer, como el arruinar esos
destellos de luz que me iba guardando en mi baúl de los recuerdos; la
distancia, el tiempo y la diferencia de visión y herramientas hacen que deba
construir un nuevo universo, uno ya sin la amistad que duró más de una década,
sin el impulso espiritual que me fortaleció haciéndome sentir un caballero alado,
y sin la misma cercanía de la luna llena en las noches de cielo despejado,
porque, aunque esté allí, no seré capaz de mirarle y de volar hasta ella.
Pero tengo
algo…Aparentemente una brújula intergaláctica descompuesta.
Apuntará al
horizonte, y en algún momento tendrá que permitirme caminar 5 pasos…
Para ello
servirá.
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