No quería escribir sobre los sucesos del pasado lustro. De cuando iniciaron las noches en vela, las fantasías nunca cumplidas, de cuando el aire y la esencia se diluían en unas manos incapaces de contenerles. Cuando me predispuse a la vulnerabilidad.
Tampoco quería escribir sobre los golpes más duros que he recibido, los golpes que no son físicos, pero que llegan más a fondo. Los que no dejan huella en la piel, pero sí en la mirada, en el andar y en la fe.
Menos iba a plasmar aquí lo que mis expectativas desearon; sobre si es mejor dejarlo claro y estrellarse o esperarlo y estrellarse igualmente, como el flujo de agua, desechos y un barco de papel en las alcantarillas que llegan al mismo punto.
Pero lo hice.
Escribí.
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